Meses atrás dejó de pronunciar estas palabras: tragedia,
herida, certeza, locura, esperanzas (en plural, claro). Simplemente no se le
ocurrió ninguna buena razón para que permanecieran estacionadas en su
vocabulario como fantasmas, como arrugados y amarillentos pergaminos llenos de
tiempo y sinsabores.
Se levantó y paseó un poco por la habitación, pensó en los
años lejanos y vibrantes, cuando estética y consonancia eran el latido
propuesto y realizado, y cuando el único dolor era tener que retirarse feliz y
colmado de impertinente cansancio a esperar que el día siguiente amaneciera
pronto, de prisa, sin la lógica demora de seis u ocho horas dedicadas a
"reparar fuerzas". No necesitaba eso, no había tiempo qué perder.
Sentido y razón estaban en la vigilia, en la vida, no en dormir y sosegarse, en
detenerse tontamente...
Y entonces, dolió. Dolió aquella percepción cabal, sorda y
opaca; como la vez que supo que la magia había caducado y que la vida
continuaría tan impasible y simple, tan monótona y fija como hacía tiempo venía
pegándosele a los huesos, al cerebro, a la respiración. Pensó: -No somos tan
opuestos, a fin de cuentas es innegable, el final es el mismo tanto para mí
como para cualquiera. Es la forma sólamente, la manera en la que a algunos nos
alcanza.
Volvió al escritorio, arrojó el papel lleno de borrones
lacios y avejentados a la basura y bebió de la copa que había preparado hacía
unos minutos con todo esmero, dominio y conciencia. No quiso cerrar los ojos,
se negó rotundamente, con el carácter y la voluntad que le restaban. El último
aliento así tenía que ser, responsable y despierto, alerta y puntual.
No tardó mucho. Aún hubo tiempo de pronunciar estas
palabras:
-Bueno, es tu turno, ahora dime que me quieres. Dime: seamos
felices por toda la eternidad, como cuento de hadas, como si supiéramos ambos
que no somos fracciones únicamente. Anda, dime por qué estamos, dime quiénes
somos.
Liz Barrio
Octubre, 2012.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias