miércoles, 24 de octubre de 2012

POR TODA LA ETERNIDAD


 
 
 
Meses atrás dejó de pronunciar estas palabras: tragedia, herida, certeza, locura, esperanzas (en plural, claro). Simplemente no se le ocurrió ninguna buena razón para que permanecieran estacionadas en su vocabulario como fantasmas, como arrugados y amarillentos pergaminos llenos de tiempo y sinsabores.

Se levantó y paseó un poco por la habitación, pensó en los años lejanos y vibrantes, cuando estética y consonancia eran el latido propuesto y realizado, y cuando el único dolor era tener que retirarse feliz y colmado de impertinente cansancio a esperar que el día siguiente amaneciera pronto, de prisa, sin la lógica demora de seis u ocho horas dedicadas a "reparar fuerzas". No necesitaba eso, no había tiempo qué perder. Sentido y razón estaban en la vigilia, en la vida, no en dormir y sosegarse, en detenerse tontamente...

 
 
Y entonces, dolió. Dolió aquella percepción cabal, sorda y opaca; como la vez que supo que la magia había caducado y que la vida continuaría tan impasible y simple, tan monótona y fija como hacía tiempo venía pegándosele a los huesos, al cerebro, a la respiración. Pensó: -No somos tan opuestos, a fin de cuentas es innegable, el final es el mismo tanto para mí como para cualquiera. Es la forma sólamente, la manera en la que a algunos nos alcanza.

Volvió al escritorio, arrojó el papel lleno de borrones lacios y avejentados a la basura y bebió de la copa que había preparado hacía unos minutos con todo esmero, dominio y conciencia. No quiso cerrar los ojos, se negó rotundamente, con el carácter y la voluntad que le restaban. El último aliento así tenía que ser, responsable y despierto, alerta y puntual.

No tardó mucho. Aún hubo tiempo de pronunciar estas palabras:

-Bueno, es tu turno, ahora dime que me quieres. Dime: seamos felices por toda la eternidad, como cuento de hadas, como si supiéramos ambos que no somos fracciones únicamente. Anda, dime por qué estamos, dime quiénes somos.

 

Liz Barrio
Octubre, 22, 2012.

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