Dime si el alma agoniza
cuando enciende la noche el último beso
y en los ojos otoñales un nido de luz
apagándose
con sus lágrimas viejas, amigas del ocaso,
es un lucero ciego rozando la muerte.
Tú que sabes trenzar desgarres
roer calamidades
bautizar vacíos inútiles,
dime
cuando ya no importe,
si el canto del pájaro nocturno
es tan frío
como la despedida impronunciable.
Aquí, Dios mío,
cedo a tu sordera y en silencio huyo.
Aquí tienes
mi corteza y sus huesos
el impulso y la apatía
los millones de calvarios
desertando disminuidos.
Es insegura la caricia
el indulto admitido
errante tu consuelo vuelve a lo mismo.
Ya nada habito
la agonía es noche y ruido
verso raído en sopor ancho y prolijo.
(Inclinándose
el corazón ya sueña despreocupado
el inicio consabido).
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LIZ BARRIO
Abril, 10, 2013
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