domingo, 30 de diciembre de 2012

LA HISTORIA DE CATALINA SALAS



Seca y arrepentida Catalina Salas admiró el vestíbulo
y con la pupila abierta, recordó marzo
cuando alguno que otro joven le soplaba flores en el escote.

Y ahora ni a Mimoso le agradaba verla
ni siquiera el pedante felino disfruta de sentarse  junto al pobre dinosaurio  
y abrazar un rato las manecillas del reloj.

La fea se palpa las grietas 
y melancólica recuerda besando al alguacil del barrio
ese cobarde que al enterarse del futuro retoño
huyó a comprar el vicio y se ha tardado treinta y cinco años.

Pero qué importaba si Cata había cumplido con su sueño,
tener al bodoque más guapo de la colonia…
al más pedante, al más hostil, al más ingrato.

Juan Salas el último de los hombres que la habían abandonado
el malagradecido que prefiere cepillar hilos de oro
a cuidar a la zacate de su madre.

“¡Y pensar que mi abuelita me decía
que iba ser esposa de un famoso
que me ahogaría de oler tantos billetes
y que las joyas me darían consuelo de ser pobre cuando niña!”.

Tal parece que los diamantes no sirvieron para nada.
Tal parece que están mejor en casa del plomero.

“En fin, nadie consigue lo que quiere
nadie obtiene lo que desea
nadie es feliz en esta vida”,
decía la anciana eructando espuma por la boca.
 
Seca y arrepentida la señora Salas admira el vestíbulo,
con la pupila abierta recuerda marzo
y espera que al menos hoy en el día de su funeral,
alguien le sople una flor en el escote.


Ángel Mejía Barrio

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