La pequeña musa ha decidido apagarse
disfrazada de insomnio
de jóvenes diluvios.
Humedecido el rostro con mínimas sonrisas
su reloj de brasa y bolsillo
ya marca desnudo las horas de los enamorados.
Con voz de niña canta al huracán indiscreto
al sinfónico ruido
al pedazo de tiempo que ayer
guardaba en el latido.
Y no es que su pecho proclame himnos
no es su entonación la esquina de cieno y olvido
es sólo el momento
para el enano bostezo de las horas
es tiempo del pequeño –no sé-
y la ínfima merced
del acuático final de la llama.
Liz Barrio
Mayo 19, 2013.
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